Nuestra espiritualidad

En sus Memorias sobre Madre Clarac, Hermana Luigia Aimo escribió: « Ella estaba dispuesta a sufrir persecuciones, calumnias y penas de todo tipo hasta el final de sus días, y si fuera necesario, hasta el fin del mundo, pensando en la gran gloria reservada para aquellos que luchan y sufren por su Dios. »

Yo estoy completamente resignada a su santa voluntad: tal es toda mi oración y tal es la ofrenda que le hago todos los días. » Madre Clarac

La aceptación de la cruz ayudó a Madre Clarac a unirse a los sufrimientos de Cristo. Todavía hoy en día, el amor a la cruz, símbolo de nuestra salvación, nos ayuda a aceptar los acontecimientos de la vida, las contrariedades y molestias diarias. Gracias a la espiritualidad de la cruz irradiamos la alegría de vivir y la felicidad prometida por Jesús.

Aceptar las cruces, vivirlas por el amor, con alegría, fue una nota característica de la vida de Madre Clarac. A Jesús ella hizo esta promesa: « Oh divino Salvador, si estas cruces sirven para tu gloria y para el bien de las almas, las acepto todas con gran alegría. »

Madre Clarac tuvo una gran devoción a la Virgen María. Ella le confió sus obras de Turín y le dedicó una capilla.

El conocimiento y el amor a María está también en el corazón de nuestro apostolado. Su presencia íntima, activa, es insustituible en nuestra vida de comunidad.

Nos dedicamos a Dios. Nuestro trabajo humilde y generoso está inspirado por la Virgen María como lo fue para Madre Clarac, mujer de un celo incansable que ayudo enormemente a los pobres y a los más marginados.

En el centro de nuestra vida está la Eucaristía. La comunión sacramental, medio supremo de unión con el divino Mesías, contiene tanto el secreto de nuestra castidad como la fuerza que nos permite cumplir nuestra misión de educación y de asistencia entre la gente.

Aprendemos la humildad, el silencio, la disponibilidad hacia todos y, siempre y en toda circunstancia, la generosidad del don de sí mismo a los demás.

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